Comentario
Capítulo XI
114 De las otras fiestas que se hacían en la provincia de Tlaxcala, y de la fiesta que hacían los chololtecas a su dios; y por qué los templos se llamaron teucales
115 En el mismo dicho día [morían] sacrificados otros muchos en las provincias de Huexuxinco, Tepeyacac y Zacatlán, porque en todas ellas honraban a aquel ídolo grande Camaxtle por principal dios; y esto hacían casi con las mismas ceremonias que los tlaxcaltecas, salvo que en ninguna sacrificaban tantos ni tan gran multitud como en esta provincia, por ser mayor y de mucha más gente de guerra, y ser más animosos y esforzados para matar y prender los enemigos; que me dicen que había hombre que los muertos y presos por su persona pasaban de un ciento, y otros de ochenta, y cincuenta, todos tomados y guardados para sacrificarlos. Pasado aquel nefando día, el día siguiente tornaban a hacer conmemoración, y le sacrificaban otros quince o veinte cautivos. Tenían asimismo otras muchas fiestas, en especial el postrero día de los meses, que era de veinte días en veinte, y éstas hacían con diversas ceremonias y homicidios, semejables a los que hacían en las otras provincias de México; y en esto también excedía esta provincia a las otras, en matar y sacrificar por año más niños y niñas que en otra parte; en lo que hasta ahora he alcanzado, estos inocentes niños los mataban y sacrifican al dios del agua.
116 En otra fiesta levantaban un hombre atado en una cruz muy alta, y allí le asaeteaban. En otra fiesta ataban otro hombre, más bajo, y con varas de palo de encima del largo de una braza, con las puntas muy agudas, le mataban agarrocheándole como a toro; y casi estas mismas ceremonias y sacrificios usaban en las provincias de Huejuzinco, Tepeaca y Zacatlán en las principales fiestas, porque todos tenían por el mayor de sus dioses a Camaxtle, que era la grande estatua que tengo dicha.
117 Aquí en Tlaxcala un otro día de una fiesta desollaban dos mujeres, después de sacrificadas, y vestíanse los cueros de ellas dos mancebos de aquellos sacerdotes o ministros, buenos corredores, y así vestidos andaban por el patio y por el pueblo tras los señores y personas principales, que en esta fiesta se vestían mantas buenas y limpias, y corrían en pos de ellos, y al que alcanzaban tomábanle sus mantas y así con este juego se acababa esta fiesta.
118 Entre otras muchas fiestas que en Cholola por el año hacían, había una de cuatro en cuatro años que llamaban el año de su dios o demonio, comenzando ochenta días antes el ayuno de la fiesta. El principal tlamagazqui o ministro ayunaba cuatro días, sin comer ni beber cada día más de una tortica tan pequeña y tan delgada que aun para colación era poca cosa, que no pesaría más que una onza, y bebía un poco de agua con ella; y en aquellos cuatro días iba aquél sólo a demandar el ayuda y favor de los dioses, para poder ayunar y celebrar la fiesta de su dios. El ayuno y lo que hacían en aquellos ochenta días era muy diferente de los otros ayunos; porque el día que comenzaban el ayuno íbanse todos los ministros y oficiales de la casa del demonio, los cuales eran muchos y entrábanse en las casas y aposentos que estaban en los patios y delante de los templos, y a cada uno daban un incensario de barro con su incienso, y puntas de maguey, que punzan como alfileres gordos, y dábanles también tizne, y sentábanse todos por orden arrimados a la pared, y de allí ninguno se levantaba más de [para] hacer sus necesidades; y así sentados habían de velar en los sesenta días primeros. No dormían más de a prima noche hasta espacio de dos horas, y después velaban toda la noche hasta que salía el sol, y entonces tornaban a dormir otra hora; todo el otro tiempo velaban y ofrecían incienso, echando brasas en aquellos incensarios todos juntos a una; esto hacían muchas veces, así de día como de noche. A la medianoche todos se bañaban y lavaban, y luego con aquel tizne se tornaban a entiznar y parar negros; también en aquellos días se sacrificaban muy a menudo de las orejas con aquellas puntas de maguey, y siempre les daban algunas de ellas para que tuviesen, así para se sacrificar como para se despertar, y si algunos cabeceaban de sueño, había guardas que los andaban despertando, y decíanles: "ves aquí con qué te despiertes y saques sangre, y así no te dormirás". Y no les cumplía hacer otra cosa, porque al que se dormía fuera del tiempo sentado venían otros y sacrificábanles las orejas cruelmente y echábanle la sangre sobre la cabeza, y quebrábanle el incensario, como a indigno de ofrecer incienso a dios, y tomábanle las mantas y echábanlas en la privada, y decíanle "que porque había mal ayunado y dormídose en el ayuno de su dios, que aquel año se le había de morir algún hijo o hija", y si no tenía hijos decíanle: "que se le había de morir alguna persona de quien le pesase mucho".
119 En este tiempo ninguno había de salir fuera, porque estaban como en treintanario cerrado, ni se echaban para dormir, sino asentados dormían; y pasados los sesenta días con aquella aspereza y trabajo intolerable, los otros veinte días no se sacrificaban tan a menudo y dormían algo más. Dicen los ayunantes que padecían grandísimo trabajo en resistir el sueño, y que en no se echar estaban muy penadísimos. El día de la fiesta por la mañana íbanse todos los ministros a sus casas, teníanles hechas mantas nuevas muy pintadas, con que todos volvían a el templo, y allí se regocijaban como en Pascua. Otras muchas ceremonias guadaban, que por evitar prolijidad las dejo de decir; baste saber las crueldades que el demonio en esta tierra usaba, y el trabajo con que les hacia pasar la vida a los pobres indios, y al fin para llevarlos a perpetuas penas.